En todo el valle se corrió la voz que se busca a la persona que tenga la valentía suficiente que de fin con el embrujo del árbol de mango, quizá el árbol más antiguo de la región.
iQue lo derriben!, decía Gregorio Aguirre, quien tiene estas tierras en calidad de arrimado de Don Daniel Arias, dueño de la hacienda.
Cerca del sitio Las Canoas se levanta al tiempo un exuberante y legendario árbol de mango, su tupido follaje y enverdecida fronda es cobijo de infinidad de criaturas; cual brazos las ramas juegan al viento y acarician el camino con sus frescas sombras.
A este precioso árbol de grueso tronco, testigo insobornable, quién sabe de cuantas historias vividas en el valle y tan ruidoso por cierto, para abrazar su contorno se necesitan cuatro hombres tomados de las manos con los brazos abiertos y bien fortachones; el mismo que está ubicado en el triángulo de Las Canoas, el río Chicbaca y el Camino Real que pasa por este sector.
Todos en el valle saben del embrujo del árbol de mango y le temen, tanto así que a partir de las seis de la tarde nadie se atreve a pasar por debajo de su ro busto follaje que se adueñó del camino, abrazándolo con sus enormes ramas.
Senda obligada para los transeúntes ya que es el único camino por este sector, ‘que conduce a las huertas o al pueblo. Pasar por debajo es una odisea, desde lo alto de la enorme planta de espantos, los endiablados duendecillos y malos espíritus tiran a los caminantes mangos malogrados en medio de ruidos muy extraños, especialmente se pasa un forastero por aquí, se agudizan murmullos, ecos, silbidos y sienten que desde las más remotas células del cerebro, se despierta un nerviosismo que sacude escalofríos, les da mal aire, dolor de cabeza y una congestión nasal del puctas, dice la tía Clorinda que a los extraños no les queda más ganas de pasar por debajo de este embrujado ejemplar, en donde habita el diablo con su legión de diablitos, duendes, brujas y cuantos otros seres rarísimos que amedrentan a todo el mundo.
Nadie en el pueblo tenía suficiente valentía para romper el conjuro, que seguramente algún brujo le hizo tiempo atrás al árbol de mango que ha dejado de producir frutos sanos para la comunidad que deleiten el paladar a los lugareños, sino; solo para los extraños seres que se han apoderado de él.
Una mañana de verano en donde el frío abrazado de viento, metía las narices por todo el valle, Juan Arciliano, se encamina a la toma de agua, en busca del líquido vital para regar su siembra; sin zapatos y con su lampa al hombro se desplaza en medio de la arboleda de las huertas y la tranquilidad del ambiente, que solo el campo sabe dar; cantando alegremente va el negro Arciliano.
Santo sanjuanito donde viene uté viene de la/onda tomando caféeee, santo sanjuanito mata a su mujéeee con su cuchillo tamaño santo sanjuanito de San Sebastián lo mismo vale el cura que el sacristán.
iCaray hombre vas hacé lloué con ese canto tan desentonao!, le expresa Luis Santos Arcentales, a Juan Arcíliano, su coterráneo amigo y rieron ani mados los dos en señal de saludo.
lVas a la toma entonces, ya te tocó riego?, Interroga Santos.
Voy a la toma de agua, +responde Juan.
Otra vez este duende de los quintos infiernos me cortó el agua, le cuenta Arciliano.
Ese maldito ensombrerao, es cosa seria, debe de sé, el último de los hijos del diablo; por eso es tan travieso este enano de un cuerno, manifiesta Luis Santos.
Si yo me lo llego a encontrá, le vuelo isaz! el sombrero con cabeza y todo, lo pongo en lo alto, prendido en una estaca pa que los demás enanos se asusten y se larguen a freí chicharrones al infierno, asegura Santos.
Con lo verraco que eres negro, yo no lo dudo,
afirma Juan.
Ojalá que Marcelino esté de buenas pulgas y te deje botá otra vez el agua, le dice Luis.
+El aguatero es mi paisa, Cómo no me va a dejá
botar el agua?
Oye Lucho ltú eres de armas tomá! rascándose las sienes le habla Juan y prosigue, no le temes ni al mismísimo satanás.
-lA qué viene tanto elogio caray?, interroga
Santos riendo.
lPor qué no tumbas vos, este maldito árbol embrujao? pa podé caminé ya tranquilo, por este cami no tan fiero que se ha puesto.
Analizaron juntos la situación, al fin lo convenció
y solo después de meditar profundamente, consul tando con su dura almohada la posibilidad de ser poseído por la nigromancia y terminar siendo, él, «el negrito embrujado» cosa que no dejó de pasarle por su mente aunque fuese tan valiente.
Luis Santos decidió terminar con el embrujo del árbol, tranza el acuerdo con Don Gregorio, quien trabaja estas tierras en donde está ubicado el famoso árbol que produce espantos; don Goyo como lo llaman todos, pagaría una semana de trabajo al valiente negro que no le importó cometer el sacrilegio de destruir la morada al mismísimo demonio.
Santos, armado de valor, no le tembló la pata para derribarlo, afiló el hacha, pesada por cierto, lo mismo hizo con el gran machete; metió en su vieja alforja una panela de dulce y su buen frasco de aguardiente compuesto con los ishpingos.
Arciliano, se encamina a la toma de agua, en busca del líquido vital para regar su siembra; sin zapatos y con su lampa al hombro se desplaza en medio de la arboleda de las huertas y la tranquilidad del ambíeate, que solo el campo sabe dar; cantando alegremente va el negro Arciliano.
Santo sanjuanito donde viene uté viene de la fonda tomando caféeee, santo sanjuanito mata a su mujéeee con su cuchillo tamaño V.
santo sanjuanito de San Sebastián
lo mismo vale el cura que el sacristán.
iCaray hombre vas hacé llové con ese canto tan desentonao!, le expresa Luis Santos Arcentales, a Juan Arciliano, su coterráneo amigo y rieron ani mados los dos en señal de saludo.
lVas a la toma entonces, ya te tocó riego?, interroga Santos.
Voy a la toma de agua, responde Juan.
Otra vez este duende de los quintos infiernos me cortó el agua, le cuenta Arciliano.
Ese maldito ensombrerao, es cosa seria, debe de sé, el último de los hijos del diablo; por eso es tan travieso este enano de un cuerno, manifiesta Luis Santos.
Si yo me lo llego a encontré, le vuelo isaz! el sombrero con cabeza y todo, lo pongo en lo alto, prendido en una estaca pa que los demás enanos se asusten y se larguen a freí. chicharrones al infierno, asegura Santos.
Con lo verraco que eres negro, yo no lo dudo,
afirma Juan.
Ojalá que Marcelino esté de buenas pulgas y te deje botá otra vez el agua, le dice Luis.
+El aguatero es mi paisa, l Cómo no me va a dejá
botar el agua?
Oye Lucho ltú eres de armas tomá! rascándose las sienes le habla Juan y prosigue, no le temes ni al mismísimo satanás.
lA qué viene tanto elogio caray?, interroga
Santos riendo.
l Por qué no tumbas vos, este maldito árbol embrujao? pa podé caminé ya tranquilo, por este camino tan fiero que se ha puesto.
Analizaron juntos la situación, al fut lo convenció y solo después de meditar profundamente, consultando con su dura almohada la posibilidad de ser poseído por la nigromancia y terminar siendo, él, «el negrito embrujado» cosa que no dejó de pasarle por su mente aunque fuese tan valiente.
Luis Santos decidió terminar con el embrujo del árbol, tranza el acuerdo con Don Gregorio, quien trabaja estas tierras en donde está ubicado el famoso árbol que produce espantos; don Goyo como lo lla man todos, pagaría una semana de trabajo al valiente negro que no le importó cometer el sacrilegio de des truir la morada al mismísimo demonio.
Santos, armado de valor, no le tembló la pata para derribarlo, afiló el hacha, pesada por cierto, lo mismo hizo con el gran machete; metió en su vieja alforja una panela de dulce y su buen frasco de aguardiente compuesto con los ishpingos.
El negro Santos montó en su viejo burro, encomendándose a todos los santos y rezando la oraci6a de San Cipriano, según él, para romper el conjuro; se persignó con toda reverencia, seguro en su fe, que lo protegería; luego se encaminó hasta el sitio de las Canoas.
Mientras avanza vaya uno a saber qué cosas iba pensando el hombre, y qué temores aún se almacenaban en su mente, a la final vencido el miedo ya estaba, él así lo creía; de todos modos aunque valentía no la faltaba, de vez en cuando llegaba a su mente como ráfagas de hielo a helarle el alma al negro, quién sabe qué mañas tendrá y qué fuerza utilizará para defender su territorio?» se cuestionaba; su mente divaga en un sin fin de pensamientos, una cadena de preguntas para sus adentros lo inquieta, mientras el vendaval de verano insiste en golpear sus espaldas.
Ya en el lugar, Luis Santos toma del frasco un buen sorbo de ishpingos y sopla al árbol con toda la fuerza que le permiten sus pulmones, moviendo la cabeza de arriba abajo, de izquierda a derecha, en señal de la cruz; el fuerte ruido que produjo al soplar la po ción llamó la atención de toda la legión de diablos, duendes, brujas y todo bicho raro que se encuentra habitando en este frondoso hogar.
Los habitantes del gran árbol legendario, viendo semejante negro haciendo fieras muecas, por lo fuer te del alcohol, se espantaron.
iHuyan todos! ieste si es el diablo! +Luis Santos cree escuchar el grito desesperado de Lucifer y esto le produjo una cierta risa nerviosa, que pronto controló.
Con el primer golpe de hacha sobre el fibroso tronco, de entre las ramas más altas, se alborotaron hojas y en un sonido sorprendente de aletear, alzaron el vuelo las brujas de todo porte y colores, converti das en pájaros, murciélagos y lechuzas.
Con cada hachazo que daba en el duro tronco, se remecía el árbol, cayendo ramas secas, frutas maduras, nidos de pájaros, casas de chilalos, duendes y diablos, convertidos en colambos que silbaban por los aires; pacazos verdes, iguanas, guanchacos, ardillas, todos ellos en medio de una pestilencia del diablo a causa de los orines de los añangos; una estampida de animales huían en diferentes direcciones.
iUna gran puta!, utedes me iban asusta, dijo
medio asfixiado por el olor de los añangos.
Empieza a toser, habla solo, mientras sopla de rato en rato los ishpingos, infalibles para no absorber el embrujo del árbol de mango. Con el hacha afilada, cada día lo fue derribando, hasta hacerlo pedazos, para que no vuelvan a habitarlo los extraños espíritus del mal.
Con toda esta hazaña, Luis Santos se ganó el respe to y la admiración de todos en el pueblo, la gran fama conquistada llegó a oídos del temido Naún Briones, «el justiciero social», que en repetidas ocasiones lo in vitó a integrarse a su grupo de carabineros; pero esto nunca se concretó.
Según Santos, de algún modo el maleficio del árbol embrujado, había recaído sobre él, ahora, tendría que vivir con la maldición a cuestas de no poder trabajar jamás.
Santos, de vez en cuando mira complacido el espacio vacío que dejó el árbol de mango, mientras que no le incomoda por nada, el tener que seguir viviendo el ocio eterno!
Autora: Judith Ruiz (Las Sombras del Salado)