En el espacio de claro cielo, la luna preñada de claridad, alumbra la fría madrugada, Eloísa, mi bisabuela, solo después que asistía a una parturienta, asegurándose que esté ya a salvo, y dejar fuera de peligro al recién nacido regresa sola a casa. La quietud del ambiente dejaba sentir un aire pesado.
La maleza crecida a voluntad ‘del tiempo por doquier se extendía delineando el camino mular, a lo lejos montañas vírgenes que a duras penas se las podía ver. La luna llena iluminaba todo el valle desde el estrellado firmamento, aun así, las elevaciones solo mostraban a la distancia, su pronunciado perfil.
Ella estaba agotada, la labor del parto de una joven primeriza empezó en la mañana y se prolongó hasta la misma madrugada; era la (mica comadrona de la zona y sentía en carne adentro el dolor ajeno. Sus ojos enrojecidos se vencían del sueño, su edad avanzada no se prestaba ya para esos menesteres prolongados hasta tan altas horas de la noche.
La experiencia y sabiduría innata en ella, guardaba el crédito a tan respetable labor.
El camino angosto impedía su ligero paso, quería llegar pronto a casa y recostarse en su abrigada cama. De pronto observa allá lejos un titilar de luces que viajaba por las faldas de los cerros que circundaban el valle, le pareció como si fuese una visión, nada más, tan lejos de lo real.
algo andaba mal! dice en voz baja.
Se detiene por un momento y observa con aten ción lo que a la distancia se movía tan rápido Y titilaba con gran intensidad, tantas luces de colores, parecía un carrusel.
«iSi no hay carreteras! Entonces lPor qué Y cómo transita ese carro por ahí?» No comprendía nada de lo que sus ojos alcanzaban a ver a la distancia; tampoco existe vehículo alguno en estas tierras tan abandonadas a su suerte, éde dónde pudo salir ese carro tan colorido?, eran tantas las preguntas que fluían en su mente.
En las faldas de las montañas que rodeaban el valle no babia carreteras por ningún lado, tampoco carros en el pueblo. lEntonccs qué es lo que estaba pasando? Su mente no alcanzaba a comprender ni podía siquiera imaginar de qué se trataba, era un fenómeno que guardaba un gran misterio.
« iVirgen Santísima! lqné es esto?» pensó para sus adentros, mientras se percató la velocidad en que se aproximaba más a ella. El cuerpo se le despelucó totalmente, luego se persigna con desesperación tres veces. El sueño se le esfumó como por arte de magia, el cansancio por igual desapareció; el aparente vehículo continuaba transitando por las faldas de los cerros cercanos.
iTiene tantas luces de colores ese carro! Lo podía ver mejor porque estaba cada vez más cerca.
Continuó nuevamente el camino con pasos acelerados y regresando a ver de vez en cuando; todo el ambiente estaba pesado, tétrico. Su corazón le golpeaba el pecho, late exageradamente rápido, la respiración empieza a agitarse como si no le llegara el oxígeno hasta sus fosas nasales.
Ella no conocía el miedo pero esta vez estaba aterrada, el cuerpo desmejorado sintió una brisa suma mente helada que le penetraba hasta el tuétano de los huesos, pronto el miedo se apoderó de ella. Intenta correr pero el vehículo ya le dio alcance.
iSanto Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, líbrame de este mal! varias veces repetía lo mismo persignándose con desesperación.
En la funesta madrugada se propiciaba el escenario para un insólito suceso; ella con los nervios de punta y el corazón a mil revoluciones por minuto se orilló sobre las yerbas del camino para dar paso a semejante vehículo.
El conductor mostraba la más grande expresión
de un triunfador, en su rostro había euforia; el rutilar del oro que dejó ver en toda su dentadura cuando soltó la risotada, parecía que estaba celebrando un gran triunfo.
Sobresalía el color rojo de dos radares sobre su cabeza, eran los cuernos detectores de energías ma lignas. De la mirada pavorosa despedía tanto fuego vivo, que la llenó de pánico.
La enorme plataforma del vehículo tenía unos pocos barandales distribuidos a la misma distancia por todo el contorno de la tarima
Dentro de este arden con fuego vivo, entre las llamaradas incandescentes, los cuerpos de muchas personas, en medio de terribles gritos de dolor y desesperación que llenaban la noche de terror y miedo.
Tantas almas en pena quemándose en ese infierno de llamas, la trastornaron de angustia y sin poder hacer nada por ellas, en medio de lágrimas repetía como una autómata:
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, líbrame de todo mal…
Al radiar el nuevo día, su familia le contó que al llegar al umbral de su casa se había desplomado al piso sin sentido y botando espuma por la boca.
Autora: Judith Ruiz (Las Sombras del Salado)