Las sombras del nublado día no han permitido que el astro de los cielos se pose en las faldas de los cerros que circunvalan el valle. Por entre la arboleda, desde lejos, se escucha el viento murmurante entre las ramas, meciendo de repente su follaje y alborotando el plumerío de los pájaros.
Desde la árida falda de la loma de El Tingo, don Víctor Valdivieso, «Chamico», observa complacido las bondades de la naturaleza que yace extendida a través de la gran hoya de Catamayo, cuadros de verdores, diferentes tonos y semitonos ha pincelado el universo de cultivos; el prodigio de las aprovechadas huertas se labran sin tiempo ni cansancio por el entusiasta agricultor.
De pie junto a su humilde morada deja vagar su mente al tiempo, los pensamientos van tomando forma en su sentir, de pronto su espíritu indomable se remonta al pasado y ve con profunda melancolía los azahares del destino, de la gente de su raza que fue arrancada de la tierra en que nacieron, extirpando sus raíces cual si fuesen simples plantas de yuca, que no quisieron ver los frutos que alimentaron a todo un pueblo.
Vienen a su mente como ráfagas de viento sus rostros dibujados en el tiempo, con esa alegría de vivir el día a día de cada uno de ellos, de su gente, que, como él, también eran de El Salado. Su corazón taciturno dejó arrancar desde el abisal de su alma, un profundo suspiro, evocando días de su infancia y al mirar e) Río Grande o Catamayo deja correr el tiempo en las aguas de su memoria.
«¡Se volverá a secar otra vez el río?» se preguntó a sí mismo intrigado, recordando lo que contaban con lujo de detalles sus suegros, Víctor Díaz y Adolfina Gonzáles Valdivieso, nativos de El Salado. Ellos, decían que por el año de 1900 se secó el Río Grande casi en su totalidad, quedando solo un hilo de agua que se extinguía lentamente, solo se podía coger y con dificultad un poco de líquido en donde antes había sido profundo. La sequía castigaba con inclemencia a todo un pueblo, ahondando aún más, la pobreza en la que se veían envueltos.
Por doquier, la miseria desgarraba las vísceras, el hambre tenía nombre propio, sequía. Era tal la pobreza en todo el valle, que se secaron todos los cultivos, ya nada quedaba de las siembras que se veían obligados a hacer sopa de piedras y del tallo del guineo. Según su criterio, Adolfina estaba convencida que las piedras tenían minerales y en algo aportaría a la alimentación de su familia, así que agregaba algunas piedritas a la sopa de tallos de guineo.
Si algún vecino conseguía un hueso de res, este lo prestaban de casa en casa, para hacerlo hervir un poco y de esa forma dar sabor a las sopas.
Esas son sus raíces, su gente que aún añora. Las risas de la pequeña nieta que jugaba con su perro, lo sacó como un rayo del pasado en el que se había introducido sin darse cuenta.
¡Déjala!,
grita con Firmeza.
Llama la atención al inquieto animal
que no mide sus fuerzas con la inocente pequeña.
El perro sale corriendo mientras que la nieta, viéndose sola, invita a su abuelo a que le enseñe a recitar esas coplas que hace distraer a tanta gente en el pueblo.
¿Por qué te gustan las coplas?
le pregunta el anciano.
Porque tú las hiciste y me hacen reír,
le contesta la pequeña.
¡Ah!, si es así, aquí te van algunas:
En tu puerta sembré una rosa en tu ventana
una azucena hay que pena
que me da al saber que eres ajena.
Quisiera ser arbolito y tú vengas a sombrear
para brindarte caricias como las brisas del mar.
Quisiera ser jardinero para podar esa flor,
apreciando sus aromas y yo brindarle mi amor.
Vuela, vuela golondrina con tu vuelo juguetón,
anda dile a mi amorcito que me espere en el balcón.
El abrazo de una tomeña me sabe a jugo de caña,
por más que la abrazo y beso nunca me quita la gana.
Tus ojos con los míos se miran con atención,
parece que se dijeran pégate corazón.
Por aquí pasó la ruda preguntando por romero,
yo también le pregunté
si mi amor tendrá remedio.
Autor: Víctor Valdivieso
Complacida mijita, acaricia con dulzura a silueta, envolviendo sus negros cabellos, que emocionada no paró de aplaudir con entusiasmo en cada con la que decía su abuelo.
i Sípilisss!, me gustan, pero recítame el poema de manitos a sus mejillas y lo dice con tanta admiración.
Otro día será, le contesta su abuelo y si lo quieres escuchar, dile a tu madre que te lleve esta no che a La Vega; ahí en la velada, lo podrás oír otra vez.
Todos los años, ya para este entonces, la Fiesta
de La Cruz pasó a celebrarse también en La Vega el primer viernes del mes de mayo, los moradores del barrio, organizan la gran noche de la velada, como pregón de la Fiesta de La Cruz; para ello, la misma gente del pueblo, sin importar edad, ni sexo, ni color de piel, preparan con mucha anticipación y con singular ingenio novedosos números; dramas, sainetes, etc., don Víctor «Chamico» llamado así con cariño, aporta con entusiasmo el Don que Dios le había regalado: compositor de versos.
Don Víctor Valdivieso, con la sencillez de siempre, se acerca al micrófono, saluda al público, hace una pequeña pausa y continúa con la dedicatoria: «A mi adorada esposa, que con su amor y abnegación me a abuela que yo lo quiero, oír otra vez, se lleva las acompaña y alienta en el largo camino de la vida»:
Hasta el final del camino
Tu belleza otoñal mi alma conmueve
y vuelvo hacer el Pepe de otros días,
el fuego que cubierto por la nieve
te da calor, como en mejores días.
Te quiero, hoy, como ayer esposa mía
y más que ayer, te seguiré adorando,
nuestro amor no es un sol en lejanía,
es un sol que colinda fulgurando.
Yo te encontré en mi senda, bien amada
y tu belleza consumó el hechizo,
ahora no puede separamos nada
y es nuestro hogar un bello paraíso.
Yo te encontré en los mágicos jardines
donde vagaba mi alma soñadora,
preludiaron sus arias los violines,
cantó el amor y renació la aurora.
¡Cuantos años de amor y de bonanza!
mirándome en el fondo de tu ojos,
solo mi amor a comprender alcanza
la dicha que me dan tus labios rojos.
Siempre los dos mirándonos callados
y avanzando confiados por el mundo,
felices siempre, siempre enamorados
con un amor magnífico y profundo.
Siempre los dos, unidos y callados
y siempre yo, en tus ojos retratado
haciendo del amor marchas triunfales
y feliz de sentirme bien amado.
Siempre encendida del amor la flama
Ese fue tu destino y mi destino
¡Mi corazón reclama!
hasta el intangible del camino.
¡Hasta el fin del camino! Bendecidos,
por nuestros hijos buenos y amorosos,
en la vida y en la muerte siempre unidos,
servimos de ejemplo como esposos.
Hasta el fin del camino de la vida
irás conmigo valerosa y fuerte y
cuando llegue la fatal partida
seguiremos unidos en la muerte.
Ni aún la invisible y pálida viajera,
podrá cambiar nuestro feliz destino,
¡Mi corazón que te ama dice, espera!
hasta el fin sin escollos del camino.
Con un ensordecedor aplauso, despiden al artista de las coplas y amante de las letras, todo en él estaba grabado en su memoria y sin embargo, a pesar de ser analfabeto, esto, no fue obstáculo para componer sus coplas; su nieta, con santa paciencia escribe lo que él le dicta, gracias a este pequeño y acertado detalle, a su espíritu generoso que no conoció egoísmos y ese corazón tan lleno de bondad; he podido compartir con ustedes, su innato y delicado arte.
***
En el año 2009, el Presidente de la República del Ecuador, Jamil Mahuad Witt, lojano de nacimiento; llama por teléfono al único que existía en el barrio de la Vega en casa de don Daniel Córdova, al presidente Pro Mejoras, Sr. Ramón Celi y a Víctor Valdivieso, para compartir un almuerzo en El Tingo, haciendo preparar para ello un chivo y desarrollar un proyecto grandioso para el barrio de La Vega, entre ellos, declarar Patrimonio Cultural al barrio de La Vega, arreglar las fachadas de las casas, dotarla de luz eléctrica, agua potable, entre otros.
El helicóptero aterrizó de incógnito en El Tingo y como grandes amigos se tomaron decisiones ese día.
El 24 de mayo de 2009 en la cabecera cantonal le Catamayo, sus autoridades y el pueblo en general, esperan impacientes la llegada del helicóptero le transportaría al excelentísimo Presidente de la República del Ecuador Jamil Mahuad Witt y su distinguida comitiva.
Él, escoltado por la guardia presidencial recibe os honores de rigor, luego se dirigen a la sala VIP, de pronto, se detiene al descubrir entre los guardias de seguridad del aeropuerto un rostro familiar, que por orden del mismo mandatario le permitieron pasar, él rompe el protocolo y se dirige donde estaba don Víctor «Chamico», llenos de emoción se abrazaron; era el mismo hombre que hace años, cuando niño Jamil, vacacionaba en la hacienda El Tingo, propiedad de su tío, en donde trabajaba don Chamico; solía cruzar el río Guayabal cargando en su espalda a Jamil que solo contaba con 9 años de edad y él un poco más.
Es, precisamente aquí en la hacienda, que nace esa gran estima hacia este sencillo campesino que supo ganarse la voluntad y el cariño de toda la familia Witt.
Invitándole a caminar junto a él. Este imprevisto suceso dio lugar a muchos comentarios cargados de buen humor y simpatía en todo el pueblo.
Luego de la visita que hiciere a Catamayo, el Presidente invita a don Chamico al aeropuerto a dar una vuelta en helicóptero por todo el valle; el corazón del campesino afrodescendiente latía ·aceleradamente por la emoción, no lo podía creer, jamás se imaginó, ni en remotos sueños, que esto pudiera suceder; des cubrir que este hombre importante, no lo había olvidado a pesar que tantos años habían pasado.
Este detalle, que para cualquier otra persona, no seda de mucha importancia, para él sí lo era, su corazón rebozaba de alegría, fue feliz, sí que lo fue, inmensamente feliz se sentía en esos momentos.
Conversaron, quién sabe cuántas cosas conversaron ese día y él, fascinado observando desde el espacio a su amado terruño que lo vio nacer un 19 de octubre de 1926 .
De El Salado y de su escuela, solo queda la historia suspendida en el tiempo que no ha de volver jamás.
Las raíces de los afrodescendientes, en el tiempo de la Colonia, fueron arrancadas sin piedad alguna de su tierra natal, capturados como animales y amaestrados como tales y sintiéndose sin salida, bajaron sus sienes al conformismo. Cuando los indios se rebelaron contra los españoles, cansados de las tortu ras y del trato inhumano que les daban, mataron a todos los esclavizadores, por primera vez en cientos de años los esclavos de las minas en Zamora sintie ron libertad y miedo a la vez de no saber a dónde ir.
Desde Zamora se desplazaron hacia la ciudad de Loja, viviendo alrededor de dos años a las afueras de la ciudad, en la Cueva Santa.
A Catamayo llegan, invitados por don José María Eguiguren, en calidad, no de esclavos, sino de «arrimados», Aquí todo era bueno y, no sería bueno si ellos esperasen una vida mejor, estaban contentos en este espacio, donde al fin sintieron que sus raíces tomaron firmeza en esta nueva tierra; ¡Con que ganas trabajaron las huertas!, impulsando el desarrollo de todo el valle. Fueron pioneros del engrandecimiento de Catamayo, y del cambio del mismo. Y sin embargo arrancaron nuevamente sus raíces.
Hoy estas tierras se han cubierto de cañas y otros cultivos.
¡Esta es mi casa!, ¡esta es mi vida!, si de aquí me sacan ¡me muero! Aquí nacieron mis ancestros, mis hijos, mis nietos y por qué nos botan entonces se lamentaba una anciana entre sollozos.
Nativos: ¡y de que nos servía! si no teníamos ninguna constancia, ni títulos de propiedad de estas tierras, decía nostálgico don Carlos Chávez.
Autora: Judith Ruiz (Las Sombras del Salado)